"Duerme el largo sueño; los maléficos acumulan fatigas y calamidades a nuestro alrededor".
Aquí pulula un Lew Archer que carece de atractivo. Es un detective como cualquier otro, salvo alguna frase ingeniosa. La trama, aunque oscura y decadente, como mandan los cánones, tiene poca chicha.
"Las mujeres altas sentadas detrás de un escritorio siempre me han turbado, de todos modos. Probablemente, la cosa se remonta a la vicedirectora del instituto Wilson, que veía con malos ojos el cebo vivo que yo solía llevar en el termo de mi almuerzo, así como otras muestras de mi ingeniosidad".
Aparecen personajes atrapados en el alcohol, la lujuria, la enfermedad mental y la codicia. Un atractivo en una obra en la que queremos saber quién o quiénes son los asesinos. Pero ahí se queda. Los diálogos no son excesivamente ingeniosos y las mujeres fatales parecen salidas del mismo molde aburrido y típico.
"Codicia, odio y esnobismo -dijo-. Todas las personas que han vivido en esa casa se han vuelto codiciosas, malévolas y esnobs. Exceptp Carl. No es extraño que no pudiera soportarlo".
El malo es quien menos nos esperamos en esta crítica a los ricos por fuera y podridos por dentro de California. Decadencia y crítica social en una novela que considero menor entre las de MacDonald. La recomiendo para los amantes de este escritor y de Archer, pero ni mucho menos es imprescindible.
"En cierto modo sí estaba asustado. Zinnie era una belleza rubia y dura que combatía contra el mundo con dos armas, el dinero y el sexo. Ambas le habían estallado en las manos, dejándole cicatrices. Las cicatrices eran invisibles, pero yo podía sentir los tejidos muertos. No quería ninguna parte de ella".
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