Este libro se lee con facilidad. Hasta el genial Stephen Fry lo alaba. Pero es un poco rollo. Podría entretener y lo que hace es aburrir. Es prescindible.
Lo único que aporta de nuevo es que el protagonista, un cazador de asesinos en serie, asociado al FBI, es hijo de un tipo al que ajusticiaron con la inyección letal tras matar a doce mujeres. El padre, un modelo para la sociedad, su familia, su trabajo y su barrio, asesinó a una docena de jóvenes en 13 años.
Ahora, el sabueso de los asesinos en serie está en Londres a la búsqueda de un criminal que no mata a mujeres, las tortura y después practica una lobotomía convirtiéndolas en muertas en vida.
La acción sucede en capítulos contrapuestos. En uno se habla de la labor policial, con alguna que otra frase destacable, y en el otro, de la actuación de enigmático criminal que ya va por su quinta víctima.
La obra es fácil de leer y puede hasta entretener, pero es prescindible. Es decir, por delante hay cientos de libros que merecen más la atención. Se trata de un segunda fila para noches de insomnio.
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