El subcomisario Carl Morck es todo un descubrimiento. Un protagonista de los que engancha. Su independencia, unida a su peculiar, personalidad lo convierten en un personaje atractivo, original y cargado de carisma.
Aunque es mucho mejor su ayudante, una especie de Biscuter, llegado de Siria, que hará las delicias de los amantes de la novela policiaca, con ciertos toques de lo negro.
El interfecto, contratado para limpiar las oficinas de la nueva brigada, situada en los tétricos sótanos de prefectura, se convertirá en el mejor investigador. Hafez el Assad, se llama, como el antiguo presidente sirio, un guiño humorístico, de los muchos que usa Adler-Olsen.
La saga del Departamento Q, dedicado a investigar crímenes no resueltos por la policía danesa, es atractiva, aunque en esta primera entrega, bien escrita y trabajada, falla el desenlace.
Todos los indicios apuntan hacia la misma persona desde mediados del libro por lo que, cuando se destapa el criminal, el lector ya lo sospechaba. Por eso, a 50 páginas del final la dejé de leer. Ya había perdido sustancia y frescura.
Eso sí, los motivos que llevan a crear el Departamento Q, la vida personal de Morck, su comportamiento políticamente incorrecto, los seres que viven realquilados con él, sus vecinos, su exmujer, sus compañeros, todos ellos, forman parte de un mundo literario rico y apasionado.
Ya veremos que ocurre con la segunda pieza de la saga 'Los chicos que cayeron en la trampa' y 'Expediente 64'. Es más intriga que negrura.
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