Lástima que un libro con un inicio trepidante y un personaje en principio atractivo y oscuro se convierta, poco a poco, en un esperpento de novela que no es negra ni es cómica, un objetivo que dista mucho de conseguirse y que está en manos de unos -y escasos- elegidos: Eduardo Mendoza y, tal vez, Carlos Salem.
Porque una vez introducidos en la trama, los personajes y las situaciones que al inicio de la historia nos parecen atractivas, divertidas y originales se transforman en una sucesión de escenas más bien repetitivas, sin alma, sin sentido y sin gracia.
Es como un cúmulo de acciones mecánicas, una detrás de la otra, como quien suma o cuenta ovejas: le falta fuerza, originalidad, subyugar al lector... Por ello se pierde en el interés en un detective que de oscuro para a ser ridículo, que de duro pasa a ser un alma en pena... y a una situación que pierde todo interés por previsible y gris.
Y lo siento por Claudio Cerdán y porque el tema prometía, pero no todos podemos ser Eduardo Mendoza.
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