En 1989, en España, Mario Conde, de Banesto, era un semi-Dios, el ejemplo a seguir, el triunfador inefable, el reflejo de una sociedad pacata en ebullición en plena post-Movida, el rey de la filosofía del pelotazo, el yerno que toda matrona quería tener...
En ese mismo año nace una figura novelesca atractiva por sus aires despreocupados, su vida desordenada y su particular sentido de la justicia: es el inspector de La Habana Mario Conde, 'el Conde', protagonista de 'Pasado perfecto', la primera novela de la serie policiaca de Leonardo Padura, la tetralogía negra de Cuba.
Titulada también 'Cuatro estaciones' está compuesta, además de la anteriormente mencionada, por 'Vientos de Cuaresma' (1994), 'Máscaras' (1997) y 'Paisaje de otoño' (1998).
El teniente Conde, que en lugar de policía quiso ser escritor, es un bebedor empedernido de ron, amante de los parias y de los seres descastados. Su mejor amigo es Carlos 'el Flaco', en silla de ruedas por las heridas de la Guerra de Angola, con quien bebe, filosofa, fuma hierba y escucha a Joan Manuel Serrat.
En el trabajo es el mejor, aunque odia ser agente. Le acompaña en sus batidas el implacable y duro sargento Manuel Palacios, negro Palacios, quien se huele las escenas tórridas de Conde con Tamara, deliciosa esposa de Morín, el alto funcionario del régimen castrista desaparecido.
En su relación con Tamara, el teniente Conde nos transporta a los encuentros lascivos de Philip Marlowe con cada una de sus mujeres fatales, 'pin up' de quitar el hipo.
"Aprendí de Hammet, Chandler, Vázquez Montalbán y Sciascia que es posible que una novela policial tenga una relación real con el ambiente del país, que denuncie o toque realidades concretas y no sólo imaginarias". Palabra de Padura, genio y figura del lumpen habanero.
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