Los mimbres de la civilización son tan flojitos, tan flojitos que por eso se legisla, se dice lo que se debe hacer y lo que está prohibido, por mera supervivencia. ¡Ay si no hubiera leyes que respetar! Las hay y mira. Se quebrantan pese al castigo. Imagina que no hubiera castigo. Sería al acabose"
Lo espeta así, a chorros, el incorruptible, revolucionario, putero, antiimperialista, borracho, sanguinario, tierno, rebelde, cinéfilo y castrista inspector Rodríguez Pachón a su subordinado, el menos castrista agente Vladimir.
Todo ello sucede en la magnífica y excelente novela de José Luis Muñoz, 'Llueve sobre La Habana'. Bestial por lo que cuenta, por lo bien escrita que está y por el fiel reflejo de la capital de Cuba, de sus parias, sus preciosas mujeres, su miseria, sus excesivos turistas y su belleza infinita como Isla.
En su imparable desarrollo cabe destacar la persecución de un Jack el Destripador versión Michigan, el perpetuo e incansable acto de 'singar' y 'templar' sin parar que recorre la historia (eso, el ron, los libros y las mujeres es lo único que se puede hacer en la pobre Cuba) y el amor por Faulkner, Steinbeck, Hemingway, John Houston y Louis Malle del protagonista, lo que hace las delicias de los amantes de lo negro.
Genial la creación de José Luis Muñoz. Sublime. Por eso señaló José Vaccaro Ruiz que los mejores escritores españoles de novela negra eran las tres M (de maestros) de la novela criminal: "José Luis Muñoz, Andreu Martín y Juan Madrid".
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