jueves, 23 de enero de 2020

'El camino a Ítaca', de Ben Pastor: novelón total

    "Las cosas pequeñas siempre se vuelven grandes si empiezas a investigarlas. Por mucho que no quiera -y no quiero-, empiezo a sentir la obligación de descubrir lo que pasó en Ampelokastro. ¿Por qué? Porque como dice el profesor Heidegger, 'la conciencia moral se manifiesta como un llamamiento a la preocupación'. Porque me educaron para que me preocupase por los demás, para cumplir con mi deber, y el deber es una obligación, por insignificante que parezca la tarea. 

      Porque me debo a la justicia tanto como me debo a mi familia, a los que me precedieron, a mis profesores y comandantes. Me debo a aquellos con los que sirvo y a mi joven esposa. Por encima de todo el resto del mundo, me debo a Alemania. Y, más allá de eso, a Dios todopoderoso".
  
   'El camino a Ítaca', de Ben Pastor, lo he disfrutado al máximo, sobre todo la filosofía estoica del capitán de la inteligencia alemana Martin Bora, aderezada por las sentencias vitales de su amigo Martin Heidegger con quien se cartea.

    "-No es tan curioso. Todos los lugares son Ítaca para el nativo que anhela regresar a la patria. Y todos los caminos son el camino a Ítaca. ¿No tengo razón? Igual que todos los viajeros son Ulises si son conscientes de su deambular.

      'Pero uno nunca regresa del todo a Ítaca. O, si lo consigue, no es para siempre'. Bora no lo dijo en voz alta. Lo que dijo fue:

      -Hum. Das Gewissen haben wollen wird Bereitschaft zur Angst: el querer tener conciencie significa hallarse dispuesto para la angustia. Así de bien lo expresó el profesor Heidegger, uno de mis maestros.

      -No soy un hombre culto, capitano. Pero los griegos llamamos al héroe 'el sufrido Ulises', así que debía de tener conciencia.

      -No cuando partió. Es en la adolescencia cuando la mayoría dejamos de ser virtuosos y surge la necesidad de crear una conciencia (...)"

     Bora, del que ya gocé en la negrísima novela bélico-policíaca 'Kaputt mundi', en la Italia ocupada, en esta ocasión es desplazado de su destino en Moscú, en 1941, poco antes de la invasión nazi, para desentrañar la extraña muerte de un amigo suizo de Himmler en Creta, recientemente invadida por los paracaidistas del III Reich.

    En la novela hay de todo: espías, calor, partisanos, policías taimados, mujeres, militares británicos, bajos fondos peligrosos, marchas extenuantes por las montañas... y una sub-misión: lograr 60 botellas de vino cretense para una fiesta del jefe del KGB, Lavrenti Pavlovich, el temible Beria...

    Quiero más de Bora, sobre todo la novela que transcurre durante la Guerra Civil española aún sin traducir y en la que el soldado alemán de inteligencia lucha como capitán de la Legión en Belchite y Teruel... 

    Bora enamora por sus dudas, por su fondo filosófico, por las contradicciones entre su moral y la que le inculcaron como hijo de un viejo junker prusiano. Es un personaje poliédrico, valeroso, imprudente dentro de su prudencia excesiva, y complicado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario