A veces los endiablados diálogos se pasan de agudos o exageran en demasía por exceso de sátira, pero se trata de una manera de narrar similar a los mejores clásicos del género.
En este caso, el exinspector de la Policía de Berlín durante la República de Weimar, el nazismo y la Guerra, metido a vigilante de la morgue en Munich, donde trabaja con nombre falso, será requerido para investigar el hundimiento del barco de un ciudadano alemán en la costa griega.
La intrincada trama es potente y los personajes que aparecen en este año del señor de 1957 son más que atractivos. Desde la preciosa abogada helena a quien le gusta viajar con una Beretta en el bolso hasta el patoso agente de seguros de Atenas, aliado de Bernie en la investigación sobre la goleta hundida.
Hasta la Stasi tendrá su espacio en una novela más que buena con un inicio potentísimo, que baja en pistón en el tramo final, donde Bernie se come demasiado la cabeza, pero finaliza con esos fuegos artificiales que solo podría lograr un malogrado genio como es Kerr.
Una gozada para los amantes de la novela negra, la filosofía, el amor, la acción, los espías, los perdedores y el escepticismo más barroco.
"-Usted no es un hombre culto, Bernie, ¿verdad? Me refiero a que tiene su Abitur, pero no fue a la universidad. De haber ido, sabría que es intelectualmente respetable ser cínico. Es la única manera de ver las mentiras como lo que son. Si uno no se toma las cosas con cinismo, más le valdría renunciar a la vida.
¿Cree que soy cínico? Soy un aficionado en comparación con lo que hacen los gobiernos. Esos hombres respetables, nuestros líderes, son los mismos líderes, los mismos hombres que propiciaron la guerra en la que murieron 50 millones de personas. No son nunca los cínicos los que empiezan las guerras, sino los virtuosos dotados de firmes principios. Adenauer, Karamanlis, Eisenhower y Eden, los líderes del mundo libre, pero es esa misma mentira de siempre llamada democracia".
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