Camino de ida (2007), Matar y guardar la ropa (2008) y Pero sigo siendo el rey (2009) son las novelas de Carlos Salem que abordé, una tras otra, en un mes de frenética lectura, obteniéndolas de las bibliotecas públicas madrileñas, uno de los servicios que, por suerte, mejor funcionan en la región.
Son un gustazo porque, a la intriga y conjura que hay que destapar, se añade un humor desbordado, esperpéntico y surrealista que liga muy bien con la masa auténtica de la serie negra más clásica.
Es como si un hermano gemelo del 'loco sin nombre y adicto a la Pepsi-Cola' de Eduardo Mendoza se hubiera puesto en marcha, más activo y soez, a la búsqueda de malos malvadísimos, escondidos bajo apariencias extravagantes y lunáticas.
Es como si un hermano gemelo del 'loco sin nombre y adicto a la Pepsi-Cola' de Eduardo Mendoza se hubiera puesto en marcha, más activo y soez, a la búsqueda de malos malvadísimos, escondidos bajo apariencias extravagantes y lunáticas.
El protagonista -en un caso, un anodino funcionario municipal; en el segundo, un comercial gris émulo del agente 007; y en el otro, un inspector ácido y cascarrabias- no alcanza el límite de alienación del la criatura mendoziana de 'El laberinto de las aceitunas' -son más listos y eficientes-, aunque, en un alarde de funambulismo literario, en 'Pero sigo siendo el Rey', se enreda en la leyenda urbana del motero Rey Juan Carlos I para vivir con el monarca una aventura desternillante, alocada y con mucho jugo.
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