Lo peor de todo es que las primeras 50 páginas son buenas. Hasta que el grupo especializado y curtido de los mossos de esquadra, que investiga unos terribles crímenes, empieza a comportarse -y es culpa del autor- como niños miedosos de orfanato victoriano o como peques que salen al recreo a jugar al guá.
La cosa va de un asesinato brutal, raro y extraño. Y de los psicópatas que aparecen en escena como si fueran los Hermanos Kray, versión locos hispanos sedientos de sangre.
Luego vienen diálogos poco creíbles, como de relato de educación infantil, y una maldad que quiere ser la maldad más mala del mundo que acaba tornándose un esperpento que solo nos conduce al hastío y a cierta vergüenza ajena por lo poco consistente de la historia.
Además, el grupo de curtidos investigadores de crímenes de la policía catalana se resquebraja y acaba siendo un chiste de sí mismo. Para olvidar.
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